lunes, 12 de agosto de 2013

Atasco en la autopista del Infierno

No, no se trata de un tema de heavy metal, sino de la entrada de esta semana de las aventuras de los Matatrolls.

Habíamos dejado a nuestros amigos en la ciudad de Colonia, justo tras haber completado, con bastante provecho, una serie de transacciones comerciales. Llega el momento de prepararse para pasar la noche y la verdad es que no hay muchas alternativas. Las puertas de la ciudad están ferreamente guardadas y solo se permite pasar a contadas personas. Jorun podría tratar de usar sus habilidades sociales para conseguir que la dejaran pernoctar en la ciudad, pero esta claro que como mucho la dejarían pasar a ella y a los Matatrolls y no esta dispuesta a separarse del resto de sus hombres.

Así que no les queda más remedio que acampar junto a los miles de mercenarios, mercaderes, proxenetas, prostitutas y toda clase de vividores y oportunistas que han llegado hasta la ciudad del Rin para aprovecharse del botín cobrado al ejercito de Atila y han levantado esta segunda urbe de palos de madera y lona embreada.

Los Matatrolls deciden dividirse. Oswulf, Marik y Wulfraic deberan permanecer junto al rió y los barcos, con otros 18 hombres. Todos los demás acampan en el limite exterior del campamento, donde levantan su propio grupo de tiendas, organizado en forma de cuadrado y con una gran hoguera en el centro, tras lo cual se retiran a dormir.

Sin embargo, Marik no esta contento con este arreglo y su amor por Jorun, unido a su deseo de protegerla, le llevan a abandonar su vigilancia de las cóncavas naves y cruzar el abigarrado campamento en medio de la noche, arrostrando peligros, y dispuesto a pasar la noche custodiando desde fuera el campamento beornlinga y el objeto de sus anhelos, abrigado solo por su capa y su devoción.

En las tiendas, duermen tranquilos y satisfechos, pensando que ya sus problemas y tribulaciones han acabado y solo tienen por delante el retorno al hogar, tras haber conseguido cuanto se proponían. Pero vivimos tiempos convulsos y nada parece funcionar como es debido, hasta Hel, la diosa de la Muerte no es capaz de cumplir con su cometido. Atila ha matado a tantos en su invasión de la Galia, y en la Batalla de Chalons han caido tantos guerreros, que el camino desde Midgard a Niffhelheim esta abarrotado y hay una gran retención en el puente de Gjallerbru.

   Por si fuera poco, los guerreros muertos continúan luchando entre ellos, sin dar por acabada la contienda. Así, que por la noche, todos estos muertos quedan sueltos por el mundo buscando a sus enemigos, y justo esta noche un nutrido grupo de ellos, que en vida fueron hunos, godos, herulos o alanos, pero ahora forman una hermandad de odio y rencor, se aprestan a atacar el campamento de los que los mataron y saquearon sus cuerpos.

Los primeros en ver lo que se avecina son Hvit la vidente y Marik el houscarl. Hvit tiene un sueño de
la diosa Hel caminando por la tierra al frente de una hueste de muertos y Marik ve en el extremo norte del campamento lo que parece ser una hoguera especialmente grande. Inquieta por todo esto, Hvit decide utilizar sus poderes de videncia para ver que ocurre en aquella esquina del campamento, y ve una escena dantesca, hombres y mujeres huyendo, tiendas en llamas, y por ultimo, un espantoso rostro de ultratumba, un guerrero con la carne verdosa y putrefacta, con una flecha clavada en un ojo y del otro saliendole un gusano hinchado que se retuerce sin parar. La impresión es tan fuerte que se le cae el espejo que usa como vehículo de su visión, rompiéndose en mil pedazos, pero la visión esta clara: esta noche, los muertos caminan.

Mas los beornlingas, y su líder Jorun, no son gentes asustadizas. Rápidamente se dan las ordenes necesarias, y en menos de media hora empaquetan las tiendas y sus pertenencias y están listos para partir de vuelta a sus barcos.

Ni un minuto tarde, ya que en donde están las barcos las cosas se están poniendo interesantes. De repente, el campamento entero parece haber enloquecido, autenticas oleadas de humanidad se abaten contra la ribera del Rin y Oswulf tiene que formar una linea de escudos frente a las proas de las naves para evitar que la turba las aborde y zarpe en ellas. Al fondo ve como las llamas se extienden cada vez más, amenazando con devorar el campamento. Y la gente no para de hablar de muertos que caminan, de Hel , de Pluton y de Satan. ¿Es que no podía haberle tocado la guardia a otro?.

Entretanto la hueste de Jorun avanza camino al rió, siguiendo el limite del campamento. Desde esta posición ve como el fuego y la locura se va apoderando del mismo. Pero llega un punto, en el que se produce un momento de calma, aterradora por lo inesperado de la misma. Una gran franja del campamento, desde donde se encuentran hasta la muralla sur de la ciudad ha quedado relativamente despejada, ya que todos los que la ocupaban han huido hacia las puertas o hacia el rio. Hay que tomar una importante decisión, una decisión que puede condenar o salvar muchas vidas:seguir hasta el Rin, y luego abrirse paso por la fuerza entre las turbar a lo largo de la ribera hasta alcanzar los barcos, o aprovechar esta zona despejada, entre el horror y los que escapan de él para llegar hasta la altura de las naves sin el impedimento de luchar contra una marea de humanidad. Jorun opto por esta segunda opción. En la siguiente entrada descubriréis como le fue a ella y a los Matatrols.

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